Capítulo 30: En La Iglesia

DE EXTREMO A EXTREMO estaba lleno el camarín que los hombres asignan por casa al Criador de cuanto existe.

Se empujaban, se oprimían, se machacaban unos a otros, exhalando ayes los pocos que salían y los muchos que entraban. Todavía, desde lejos, extendíase ya el brazo para mojar los dedos en agua bendita, pero a lo mejor venía la oleada y apartaba la mano: entonces se oía un gruñido, una mujer pisoteada renegaba, pero continuaban los empujones. Algunos viejos que conseguían refrescar sus dedos en el agua aquélla, ya de color de cieno, en donde se lavara una población entera con más forasteros, se untaban con ella devotamente, si bien con trabajo, el cogote, la coronilla, la frente, la nariz, la barba, el pecho y el ombligo en la convicción de que así santificaban todas aquellas partes y no padecerían ni tortícolis, ni dolores de cabeza, ni tisis, ni indigestiones. Las personas jóvenes, bien porque no fuesen tan enfermizas o no creyesen en aquella sagrada profilaxis, apenas humedecían la puntita del dedo –para que la gente devota no tuviese nada que decir-, y hacían de señalar la frente sin tocarla, por supuesto. “Será bendita y todo lo que se quiera –pensaría alguna joven-, ¡pero tiene un color...!”.

Se respiraba a duras penas; hacía calor y olía a animal bimano; pero el predicador valía todas aquellas molestias: su sermón le costaba al pueblo doscientos cincuenta pesos. El viejo Tasio había dicho:

- ¡Doscientos cincuenta pesos por un sermón!. [32] ¡Un hombre solo y una sola vez!. ¡La tercera parte de lo que cuestan los comediantes que trabajarán durante tres noches...!. ¡Necesariamente debéis ser muy rico!.

- ¿Qué tiene eso que ver con la comedia? –contestó malhumorado el nervioso maestro de los Hermanos de la V.O.T.-, ¡con la comedia se van las almas al Infierno y con el sermón al Cielo!. Si hubiese pedido mil, le pagaríamos y todavía se lo tendríamos que agradecer...

- ¡Después de todo tenéis razón! –replicó entonces el filósofo-; a mí al menos me divierte más el sermón que la comedia.

- ¡Pues a mí ni la comedia! –gritaba furioso el otro.

- ¡Lo creo, tanto entendéis el uno como el otro!.

Y el impío se marchaba sin hacer caso de los insultos y funestas profecías que el irritable maestro hacía sobre su vida futura.

Mientras se esperaba al Alcalde, la gente sudaba y bostezaba: agitaban al aire abanicos, sombreros y pañuelos; gritaban y lloraban los niños, lo que daba que trabajar a los sacristanes para echarlos del templo. Esto hacía pensar al concienzudo y flemático maestro de la Cofradía del Smo. Rosario:

- “Dejad que los niños se acerquen a mí”, decía N.S. Jesucristo, es verdad, ¡pero aquí debe sobreentenderse niños que no lloran!

Una vieja, de las vestidas de guingón, la Hermana Putê, decía a su nieta, una chiquilla de seis años, que estaba a su lado arrodillada:

- ¡Condenada!, ¡estáte atenta que vas a oír un sermón como el de Viernes Santo!.

Y le dio un pellizco despertando la piedad de la chiquilla que hizo una mueca, alargó el hocico y arrugó las cejas.

Algunos hombres, sentados en cuclillas, dormitaban cerca de los confesionarios. Un viejo, cabeceando, hacía creer a nuestra vieja, que mascullaba rezos y hacía correr rápidamente los dedos de las cuentas de su rosario, que aquélla era la manera más reverente de acatar los designios del cielo y poco a poco se puso a imitarle.

[32] Doscientos cincuenta pesos era toda una fortuna si se piensa que a tiempo de la ocupación americana de Filipinas, poco después de la ejecución de Rizal, el peso tenía paridad con el dólar americano.

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