Capítulo 30: Julî - Page 2 of 7

La verdad era que sentía la libertad de Juli: Juli rezaba yayunaba por ella y si se hubiera quedado más tiempo habríahecho tambien penitencia. ¿Por qué, si los curas rezan pornosotros y Cristo muere por nuestros pecados, Juli no iba áhacer lo mismo por hermana Penchang?

Cuando las noticias llegaron á la cabaña donde vivían lapobre Juli y su abuelo, la joven tuvo necesidad de que se lorepitieran dos veces. Miró á hermana Bali que era quien se lodecía, como sin comprenderla, sin poder coordinar las ideas;le zumbaron los oidos, sintió opresion en el corazon y tuvocorno un vago presentimiento de que aquel suceso iba á influirdesastrosamente en su porvenir. Sin embargo, quiso agarrarseá un rayo de esperanza, sonrió, creyó que hermana Bali le dabauna broma, bastante pesada, pero se la perdonaba de ante-mano si le decía que lo era; pero hermana Bali hizo una cruzcon el pulgar y el índice y la besó, en prueba de que decía laverdad. Entonces la risa abandonó para siempre los labios dela joven, púsose pálida, espantosamente pálida, sintió que laabandonaban las fuerzas y, por primera vez en su vida, perdióel conocimiento desmayándose.

Cuando á fuerza de golpes, pellizcos, rociadas de agua,cruces y aplicaciones de palmas benditas volvió la joven en síy dióse cuenta de su estado, las lágrimas brotaron silenciosasde sus ojos, gota á gota, sin sollozos, sin lamentos, sin quejas!Ella pensaba en Basilio que no tenía más protectores queCapitan Tiago, y que, muerto éste, se quedaba por complete sin amparo y sin libertad. En Filipinas es cosa sabida que paratodo se necesitan padrinos, desde que uno se bautiza hasta quese muere, para obtener justicia, sacar un pasaporte 6 esplotaruna industria cualquiera. Y como se decía que aquella prisionobedecía á venganzas por causa de ella y de su padre, la tris-teza de la joven, rayaba en desesperacion. Ahora le tocaba áella libertarle, como él lo había hecho sacándola de la servi-dumbre, y una voz interior le sugería la idea y presentaba á suimaginacion un horrible medio.

— El P. Camorra, el cura! decía la voz.

Juli se mordía los labios y quedaba sumida en sombría medi-tacion.

A raiz del crimen de su padre, habían preso al abueloesperando que por aquel medio aparecería el hijo. El únicoque le pudo dar la liberdad fué el P. Camorra, y el P. Camorrase había mostrado mal satisfecho con palabras de gratitud ycon su franqueza ordinaria había pedido sacrificios... Desdeentonces Juli evitaba encontrarse con él, pero el cura le hacíabesar la mano, la cogía de la nariz, de las mejillas, le dababromas con guiños y riendo, riendo la pellizcaba. Juli fué lacausa de la paliza, que el buen cura administró á unos jóvenesque recorrían el barrio, dando serenata á las muchachas. Losmaliciosos, al verla pasar seria y cabizbaja, decían de maneraque ella oyese:

— Si quisiese, Cabesang Tales sería indultado !

La joven llegaba á su casa sombría y los ojos estraviados.

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