Capítulo 30: Julî - Page 7 of 7

Que le lleven al destierro al pobre don Basilio, que leafusilen en el camino diciendo que ha querido escaparse!añadió; cuando ya esté muerto entonces vendrán los arrepen-timientos. Por mí, yo no le debo ningun favor. De mí no sepodrá quejar!

Aquello fué el golpe decisivo. Ante este reproche, con ira,con desesperacion, como quien se suicida, Juli cerró los ojospara no ver el abismo en que se iba á lanzar y entró resuelta enel convento. Un suspiro que más parecía estertor se escapó desus labios. Hermana Ball. la siguió haciéndole advertencias...

A la noche se comentaban en voz baja y con mucho misteriovarios acontecimientos que tuvieron lugar aquella tarde.

Una joven había saltado por la ventana del convento, cayendosobre unas piedras y matándose. Casi al mismo tiempo, otramujer salía por la puerta y recorría las calles gritando ychillando como una loca. Los prudentes vecinos no se atrevíaná pronunciar los nombres y muchas madres pellizcaron á sushijas por dejar escapar palabras que podían comprometer.

Despues, pero mucho despues, al caer la tarde, un ancianovino de un barrio y estuvo llamando á la puerta del con-vento, cerrada y guardada por sacristanes. El viejo llamabacon los puños, con la cabeza, lanzando gritos ahogados, inarti-culados como los de un mudo, hasta que fué echado á palos yá empujones. Entonces se dirigió á casa del gobernadorcillo,pero le dijeron que el gobernadocillo no estaba, que estaba enel convento; se fué al Juez de Paz, pero el Juez de Paz tam-poco estaba, había sido llamado al convento; .se fué al tenientemayor, tampoco, estaba en el convento ; se dirigió al cuartel,el teniente de la Guardia Civil estaba en eI convento... El viejoentonces se volvió á su barrio llorando corno un niño: susahullidos se oían en medio de la noche; los hombres se mordíanlos labios, las mujeres juntaban las manos, y los perros entra-ban en sus casas, medrosos, con la cola entre piernas!

— ¡Ah, Dios, ah Dios! decía una pobre mujer, demacradaá fuerza de ayunar; delante de tí no hay rico, no hay pobre, nohay blanco, no hay negro.... tú nos harás justicia!

— Sí, le contestaba el marido; con tal que ese Dios quepredican no sea pura invencion, un engaño! Ellos son los pri-meros en no creer en él!

A las ocho de la noche, se decía que más de siete frailes, veni-dos de los pueblos comarcanos, se encontraban en el conventocelebrando una junta. Al día siguiente, Irandang Selo desapa-recía para siempre del barrio llevándose su pica de cazador.

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ningas-kugon