Capítulo 1: Sobre-Cubierta - Page 5 of 7

—¡Disturbios, ja ja! ¿Se rebeló acaso el pueblo egipcio alguna vez, se rebelaron los prisioneros judios contra el piadoso Tito? Hombre, le creía á V. más enterado en historia!

Está visto que aquel Simoun ó era muy presumido ó no tenía formas! Decir al mismo don Custodio en su cara que no sabía historia, es para sacarle á cualquiera de sus casillas! Y así fue,don Custodio se olvidó y replicó :

—¡Es que no está usted entre egipcios ni judíos!

—Y este país se ha sublevado más de una vez, añadió eI dominico con cierta timidez; en los tiempos en que se les obligaba á acarrear grandes árboles para la construccion de navíos, si no fuera por los religiosos...

—Aquellos tiempos están lejos, contestó Simoun riéndose más secamente aun de lo que acostumbraba; estas islas no volverán á sublevarse por más trabajos é impuestos que tengan...¿No me ponderaba usted P. Salví,—añadió dirigiéndose al franciscano delgado, -- la casa y el hospital de Los Baños donde ahora se encuentra su Excelencia?

El P. Salví hizo un movimiento con la cabeza y miró estrañando la pregunta.

—¿Pues no me había dicho usted que ambos edificios se levantaron obligando á los pueblos á trabajar en ellos bajo el látigo de un lego? Probablemente el Puente del Capricho se construyó de la misma manera! Y digan ustedes, ¿se sublevaron estos pueblos?

—Es que... se sublevaron antes, observó el dominico; y abactu ad posse valet illatio!

—¡Nada, nada, nada! continuó Simoun disponiéndose á bajar á la cámara por la escotilla.; lo dicho, dicho. Y usted P. Sibyla, no diga ni latines ni tonterías. ¿Para que estarán ustedes los frailes, si el pueblo se puede sublevar?

Y sin hacer caso de las protestas ni de las réplicas, Simoun bajó por la pequeña escalera que conduce al interior repitiendo con desprecio : ¡ Vaya, vaya!

El P. Sibyla estaba pálido; era la primera vez que á él, Vice Rector de la Universidad, se le atribuían tonterías; don Custodio estaba verde : en ninguna junta en que se había encontrado había visto adversario semejante. Aquello era demasiado.

—¡Un mulato americano! exclamó refunfuñando.

—Indio inglés! observó en voz baja Ben Zayb.

— Americano, se lo digo á usted ¿si lo sabré yo? contestó de mal humor don Custodio; S. E. me lo ha contado; es un joyero que él conoció en la Habana y que segun sospecho le ha proporcionado el destino prestándole dinero. Por eso, para pagarle le ha hecho venir á que haga de las suyas, aumente su fortuna vendiendo brillantes.. falsos, quien sabe! Y es tan ingrato que despues de sacar los cuartos á los indios todavia quiere que... Pf!

Y terminó la frase con un gesto muy significativo de la mano.

Ninguno se atrevía á hacer coro á aquellas diatribas; don Custodio podía indisponerse con S. E. si quería, pero ni Ben Zayb, ni el P. Irene, ni el P. Salví, ni el ofendido P. Sibyla tenían confianza en la discrecion de los demás.

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mainit ang matá