Capítulo 1: Sobre-Cubierta - Page 3 of 7

—Los hombres de ciencia, Ben-Zayb, ¿sabe usted lo que que son? dijo el franciscano con voz cavernosa sin moverse casi en su asiento y gesticulando apenas con las descarnadas manos. Allí tiene usted en la provincia el puente del Capricho, construido por un hermano nuestro, y que no se terminó porque los hombres de ciencia, fundándose en sus teorías, lo tacharon de poco sólido y seguro, y ¡mire usted! está el puente que resiste á todas las inundaciones y terremotos!

—¡Eso, puñales, eso precisamente, eso iba yo á decir,! exclamó el fraile-artillero pegando puñetazos en los brazos de susilla de caña; ¡eso, el puente del Capricho y los hombres de ciencia; eso iba yo á decir, P. Salví, puñales!

Ben-Zayb se quedó callado, medio sonriendo, bien sea por respeto ó porque realmente no supiese qué replicar, y sin embargo, ¡él era la única cabeza pensante en Filipinas! — El P. Irene aprobaba con la cabeza frotando su larga nariz.

El P. Salví, aquel religioso flaco y descarnado, como satisfecho de tanta sumision continuó en medio del silencio.

—Pero ,esto no quiere decir que usted no tenga tanta razon como el P. Camorra (que así se llamaba el fraile-artillero); el mal está en la laguna....

—¡Es que no hay ninguna laguna decente en este país, intercaló doña Victorina, verdaderamente indignada y disponiéndose á dar otro asalto para entrar en la plaza.

Los sitiados se miraron con terror y, con la prontitud de un general, el joyero Simoun acudió :

—El remedio es muy sencillo, dijo con un acento raro, mezcla de inglés y americano del Sur; y yo verdaderamente no sé cómo no se le ha ocurrido á nadie.

Todos se volvieron prestándole la mayor atencion, incluso el dominico. El joyero era un hombre seco, alto, nervudo, muy moreno que vestía á la inglesa y usaba un casco de tinsin.

Llamaban en él la atencion los cabellos largos, enteramente blancos que contrastaban con la barba negra, rala, denotando un origen mestizo. Para evitar la luz del sol usaba constantemente enormes anteojos azules de rejilla, que ocultaban por completo sus ojos y parte de sus mejillas, dándole un aspecto de ciego ó enfermo de la vista. Se mantenía de pié con las piernas separadas como para guardar el equilibrio, las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta.

—El remedio es muy sencillo, repitió, y no costaría un cuarto!

La atencion se redobló. Se decía en los círculos de Manila que aquel hombre dirigía al General y todos veían ya el remedio en vías de ejecucion. El mismo don Custodio se volvió.

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matáng-manók