Capítulo 1: Sobre-Cubierta

Sic itur ad astra.

 

 

En una mañana de Diciembre, el vapor TABO subía trabajosamente el tortuoso curso del Pasig conduciendo numerosos pasageros hácia la provincia de la Laguna. Era el vapor de forma pesada, casi redonda como el tabú de donde deriva su nombre, bastante sucio apesar de sus pretensiones de blanco, magestuoso y grave á fuerza de andar con calma. Con todo, le tenían cierto cariño en la comarca, quizás por su nombre tagalo ó por llevar el caracter peculiar de las cosas del pais, algo así como un triunfo sobre el progreso, un vapor que no era vapor del todo, un organismo inmutable, imperfecto pero indiscutible, que, cuando más quería echárselas de progresista, se contentaba soberbiamente con darse una capa de pintura.

Y ¡si el dichoso vapor era genuinamente filipino! Con un poquito de buena voluntad hasta se le podía tomar por la nave del Estado, construida bajo la inspeccion de Reverendas é Ilustrísimas personas!

Bañada por el sol de la mañana que hacía vibrar las ondas del rio y cantar el aire en las flexibles cañas que se levantan en ambas orillas, allá va su blanca silueta agitando negro penacho de humo ¡la nave del Estado, dicen, humea mucho tambien!... El silbato chilla a cada momento, ronco é imponente como un tirano que quiere gobernar á gritos, de tal modo que dentro nadie se entiende. Amenaza á cuanto en-cuentra; ora parece que va á triturar los salambaw, escuálidos aparatos de pesca que en sus movimientos semejan esqueletos de gigantes saludando á una antidiluviana tortuga; ora corre derecho ya contra los cañaverales, ya contra los anfibios comederos ó kárihan, que, entre gumamelas y otras flores,parecen indecisas bañistas que ya con los piés en el agua no se resuelven aun á zambullirse. á veces, siguiendo cierto camino señalado en el rio por troncos de caña, anda el vapor muy satisfecho, mas, de repente un choque sacude á los viajeros y les hace perder el equilibrio : ha dado contra un bajo de cieno que nadie sospechaba...

Y, si el parecido con la nave del Estado no es complete aun, véase la disposicion de los pasageros. Bajo-cubierta asoman rostros morenos y cabezas negras, tipos de indios, chinos y mestizos, apiñados entre mercancías y baules, mientras que allá arriba, sobre-cubierta y bajo un toldo que Ies protege del sol, estan sentados en cómodos sillones algunos pasageros vestidos á la europea, frailes y empleados, fumándose sendos puros, contemplando el paisaje, sin apercibirse al parecer de los esfuerzos del capitan y marineros para salvar las dificultades del río.

El capitan era un señor de aspecto bondadoso, bastante entrado en años, antiguo marino que en su juventud y en naves más veleras se había engolfado en más vastos mares y ahora en su vejez tenía que desplegar mayor atencion, cuidado y vigilancia para orillar pequeños peligros... Y eran las mismas dificultades de todos los días, los mismos bajos de cieno, la misma mole del vapor atascada en las mismas curvas, como una gorda señora entre apiñada muchedumbre, y por eso á cada momento tenía el buen señor que parar, retroceder, ir á media máquina enviando, ora á babor ora á estribor, á los cinco marineros armados de largos tikines para acentuar la vuelta que el timon ha indicado. Era como un veterano que, despues de guiar hombres en azarosas campañas, fuese en su vejez ayo de muchacho caprichoso, desobediente y tumbon!

Y doña Victorina, la única señora que se sienta en el grupo europeo, podrá decir si el Tabo era tumbon desobediente y caprichoso, doña Victorina que como siempre está nerviosa, lanza invectivas contra los cascos, bankas, balsas de coco, indios que navegan, y aun contra las lavanderas y bañistas que la molestan con su alegría y algazara! Si, el Tabo iría muy bien si no hubiese indios en el rio, indios en el país, sí! Si no hubiese ningun indio en el mundo, sin fijarse en que los timoneles eran indios, indios los marineros, indios los maquinistas, indios las noventa y nueve partes de los pasageros é india ella misma tambien, si le raspan el blanquete y la desnudan de su presumida bata. Aquella mañana, doña Victorina estaba más inaguantable que nunca porque los pasageros del grupo hacían poco caso de ella, y no le faltaba razon porque consideren ustedes : encontrarse allí tres frailes convencidos de que todo el mundo andaría al reves el día en que ellos anduviesen al derecho; un infatigable D. Custodio que duerme tranquilo, satisfecho de sus proyectos; un fecundo escritor como Ben-Zayb (anagrama de Ibañez) que cree que en Manila se piensa porque él, Ben-Zayb, piensa; un canónigo como el P. Irene que da lustre al clero con su faz rubicunda bien afeitada donde se levanta una hermosa nariz judía, y su sotana de seda de garboso corte y menudos botones; y un riquísimo joyero tal como Simoun que pasa por ser el consultor y el inspirador de todos las actos de S. E. el Capitan General, consideren ustedes que encontrarse estas columnas sine quibus non del país, allí agrupaditas en agradable charla y no simpatizar con una filipina renegada, que se tiñe los cabellos de rubio, ¡vamos que hay para hacer perder la paciencia á una Joba, nombre que doña Victorina se aplica siempre que las há con alguno.

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