Capítulo 6: Basilio - Page 2 of 3

Sucio, mal vestido y por todo calzado un par de zuecos, al cabo de algunos meses de estar en Manila, ingresó en el primer año de latín. Sus compañeros, al ver su traje, procuraban alejarse, y su catedrático, un guapo dominico, nunca le dirigió una pregunta y, cada vez que le veía, fruncía las cejas. Las únicas palabras que en los ocho meses de clase se cruzaron entre ambos, eran el nombre propio leido en la lista y el adsum diario con que el alumno contestaba. Con qué amargura salía cada vez de la clase y, adivinando el móvil de la conducta que con el se seguía, qué lágrimas no se asomaban á sus ojos y cuántas quejas estallaban y morían dentro de su corazon! ¡Cómo había llorado y sollozado sobre la tumba de su madre contándole sus ocultos dolores, humillaciones y agravios, cuando al acercarse la Navidad, Cpn. Tiago le había llevado consigo á San Diego! Y sin embargo se aprendía de memoria la leccion sin dejar una coma, aunque sin comprender muchode ella! Mas al fin llegó á resignarse viendo que entre los trescientos ó cuatrocientos de su clase solo unos cuarenta merecian le honra de ser preguntados porque llamaron la atencion del catedrático ya sea por el tipo, por alguna truhanería, por simpatía ú otra causa cualquiera. Muchos por lo demas se felicitaban porque así se evitaban el trabajo de discurrir y comprender.

— Se va á los colegios, no para saber ni estudiar, sino para ganar el curso y si se puede saber el libro de memoria ¿qué más se les podía exigir? se ganaba el año.

Basilio pasó los exámenes respondiendo á la única pregunta que le dirigieron, como una máquina, sin pararse ni respirar, y ganó con gran risa de los examinadores la nota de aprobado. Sus nueve compañeros — se examinaban de diez en diez para ser más pronto despachados, — no tuvieron la misma suerte y fueron condenados á repetir el año de embrutecimiento.

Al segundo, habiendo ganado una enorme suma el gallo que cuidaba, recibió buena propina de Cpn. Tiago y la invirtió inmediatamente en la compra de unos zapatos y de un sombrero de fieltro. Con esto y con las ropas que le daba su amo y que él arreglaba á su talla, su aspecto fué haciéndose más decente, más no pasó de allí. En una clase tan numerosa se necesita de mucho para llamar la atencion del profesor, y el alumno que desde el primer año no se haga notar por una cualidad saliente ó no se capte las simpatías de los profesores, dificilmente se hará conocer en el resto de sus dias de estudiante. Sin embargo continuó, pues la constancia era su principal caracter.

Su suerte pareció cambiarse un poco cuando pasó al tercer año. Tocóle por profesor un dominico muy campechano, amigo de bromas y de hacer reir á los alumnos, bastante comodon porque casi siempre hacía explicar la leccion á sus favoritos: verdad es tambien que se contentaba con cualquier cosa. Basilio por esta época ya gastaba botinas y camisas casi siempre limpias y bien planchadas. Como su profesor le observase que se reía poco de los chistes y viese en sus ojos, tristes y grandes, algo como una eterna pregunta, teníale por imbécil y un día quiso ponerle en evidencia preguntándole la leccion. Basilio la recitó de cabo á rabo, sin tropezar en una f; motejole el profesor de papagayo, contó un cuento que hizo reir de buena gana á toda la clase, y para aumentar más la hilaridad y justificar legitimidad del apodo, hizóle algunas preguntas guiñando á sus favoritos como diciéndoles:

— « Vais á ver cpmo nos vamos á divertir. »

Basilio entonces ya sabía el castellano, y supo contester con el intento manifiesto de no hacer reir á nadie. Aquello disgustó á todos, el disparate que se esperaba no vino, nadie pudo reir y el buen fraile jamás le perdonó el haber defraudado las esperanzas de toda la clase y desmentido sus profecías. Pero ¿quién se iba á esperar que algo discreto pudiese salir de una cabeza tan mal peinada en que terminaba un indio tan mal calzado, clasificado hace poco entre las aves trepadoras? Y así como en otros centros de enseñanza donde hay verdaderos deseos de que los muchachos aprendan, tales descubrimientos suelen alegrar á los profesores, así tambien en un colegio dirigido por hombres convencidos en su mayor parte de que el saber es un mal, al menos para los alumnos, el caso de Basilio tuvo mal efecto y nunca más se le preguntó en todo el resto del año. ¿Para qué si no hacía reir á nadie?

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