Capítulo 63: La Nochebuena - Page 4 of 7

- ¿Sabes cuándo se casa María Clara? –preguntaba Iday a Sinang.

- No lo sé –contestó ésta-, recibí una carta de ella, pero no la abro por temor de saberlo. ¡Pobre Crisóstomo!.

- Dicen que si no es por Linares, a Capitán Tiago le ahorcan, ¿qué iba a hacer María Clara? –observó Victoria.

Un muchacho pasó cojeando; corría en dirección a la plaza, de donde partía el canto de Sisa. Es Basilio. El niño ha encontrado su casa, desierta y en ruinas; después de muchas preguntas sólo sacó que su madre estaba loca y vagaba por el pueblo, de Crispín ni una palabra.

Basilio tragose las lágrimas, ahogó el dolor y sin descansar fue a buscar a su madre. Llegó al pueblo, preguntó por ella y el canto hirió sus oídos. El infeliz dominó el temblor de sus piernas y quiso correr para arrojarse en los brazos de su madre.

La loca dejó la plaza y se llegó delante de la casa del nuevo alférez. Ahora como antes hay un centinela en la puerta, y una cabeza de mujer se asoma a la ventana, pero no es la Medusa, es una joven: alférez y desgraciado no son sinónimos.

Sisa empezó a cantar delante de la casa, mirando a la luna, que se mecía majestuosa en el cielo azul entre las nubes de oro. Basilio la veía y no se atrevía a acercarse, esperando quizás que abandone el sitio; andaba de un lado a otro pero evitando aproximarse al cuartel.

La joven que estaba en la ventana escuchaba atenta el canto de la loca, y mandó al centinela que la hiciese subir.

Sisa, al ver acercarse al soldado y oír su voz, llena de terror, echose a correr, y sabe Dios cómo corre una loca. Basilio sigue detrás de ella, y temiendo perderla, corre y olvida los dolores de sus pies.

- ¡Mirad cómo ese muchacho persigue a la loca! –exclama indignada una criada que estaba en la calle.

Y viendo que la seguía persiguiendo, cogió una piedra y la lanzó contra él diciendo:

- ¡Toma!, ¡qué lástima que esté atado el perro!.

Basilio sintió un golpe en su cabeza, pero continuó corriendo sin hacer caso. Los perros le ladraban, los gansos graznaban, unas ventanas se abrían para dar paso a un curioso, cerrábanse otras temiéndose otra noche de alborotos.

Llegaron fuera del pueblo. Sisa empezó a moderar su carrera; gran distancia la separaba de su perseguidor.- ¡Madre! –le gritó cuando la distinguió.

La loca, apenas oyó la voz, comenzó de nuevo a huir.

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maitím ang budhî