Capítulo 51: Cambios

EL PUDIBUNDO LINARES ESTÁ serio y lleno de inquietud; acaba de recibir una carta de Dª. Victorina que dice así:

“Estimado primo: Dentro de tres días espero saber de ti ci ya te a matado el alféres o tu hael no qiero que pase un día más cin que eze animal tenga su castigo si pasa este plazo iaun no leas desafiao haese le digo ha don Santiago que jamás fuiste segretario ni dabas bromas a Canobas ni ivas de golgorio con el generar don Arseño Martines le digo ha Clarita que todo es bola ino te doy ni un quarto mas si le desafias te prometo todo lo que qieras con que haver si le deza fia te prebengo que no ay esqucas ni motibos.

“Tu prima que te quiere decoracon

Victorina de los Reyes de De Espadaña.

“Sampaloc lunes a las 7 de la Noche.”

El asunto era serio: Linares conocía el carácter de Dª. Victorina y sabía de qué era capaz; hablarle de razón era hablar de honradez y urbanidad a un carabinero de Hacienda, cuando se propone encontrar contrabando donde no lo hay; suplicar era inútil, engañar peor; no había más remedio que desafiar.

- Pero ¿cómo? –decía paseándose solo-; ¿si me recibe a cajas destempladas?, ¿si me encuentro con su señora?, ¿quién querrá ser mi padrino?, ¿el cura?, ¿Capitán Tiago?. ¡Maldita sea la hora en que he dado oídos a sus consejos!. ¡Latera!. [1] ¿Quién me obliga a darme pisto, contar bolas, engatusar fanfarronadas?, ¿qué va a decir de mí esa señorita...?. ¡Ahora me pesa haber sido secretario de todos los ministros!.

En este triste soliloquio estaba el buen Linares cuando el P. Salví llegó. El franciscano estaba en verdad más flaco y pálido que de costumbre, pero sus ojos brillaban con una luz singular y en sus labios se asomaba una extraña sonrisa.

- Sr. Linares, ¿tan solo? –saludó dirigiéndose a la sala por cuya entreabierta puerta se escapaban algunas notas del piano.

Linares quiso sonreír.

- Y ¿don Santiago? –añadió el cura.

Capitán Tiago se presentó en el momento mismo, besó la mano del cura, le desembarazó de su sombrero y bastón, sonriendo como un bendito.

- ¡Vamos, vamos! –decía el cura entrando en la sala seguido de Linares y Capitán Tiago-; tengo buenas noticias que participar a todos. He recibido cartas de Manila que me confirman la que ayer me trajo el Sr. Ibarra... de modo, D. Santiago, que el impedimento desaparece.

María Clara, que estaba sentada al piano entre sus dos amigas, medio se levanta, pero pierde las fuerzas y vuelve a sentarse. Linares palidece y mira a Capitán Tiago, que baja los ojos.

[1] Una que da la lata, fastidiosa, que aburre.

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kahiramang-sukláy