Capítulo 50: La Familia De Elías - Page 2 of 4

- Eso pudo exclamar mi padre –continuó Elías fríamente-. Los hombres habían descuartizado al salteador y enterrado el tronco, pero los miembros fueron esparcidos y colgados en diferentes pueblos. Si vais alguna vez de Calama a Santo Tomás, encontraréis todavía un miserable árbol de lomboy donde colgó pudriéndose una pierna de mi tío: la Naturaleza le ha maldecido y el árbol ni crece ni da fruto. Lo mismo hicieron con los otros miembros, pero la cabeza, la cabeza como lo mejor del individuo, como lo que más fácilmente se reconoce, la colgaron delante de la cabaña de la madre!.

Ibarra bajó la cabeza.

- El joven huyó como un maldito –continuó Elías-, huyó de pueblo en pueblo, por montes y valles, y cuando ya se creía desconocido, entró de trabajador en casa de un rico en la provincia de Tayabas. Su actividad, la dulzura de su carácter le granjearon la estimación de cuantos no conocían su pasado. A fuerza de trabajo y economía logró hacerse de un pequeño capital, y como la miseria había pasado y era joven, pensó en ser feliz. Su buena presencia, su juventud y su situación algo desahogada le captaron el amor de una joven del pueblo, cuya mano no se atrevía a pedir por medio de que el pasado se conozca. Pero el amor pudo más y ambos faltaron a sus deberes. El hombre, para salvar el honor de la mujer, lo arriesga todo, la pide en matrimonio, se buscan los papeles y todo se descubre: el padre de la joven era rico, consiguió que procesaran al hombre, que no trató de defenderse, lo admitió todo y fue enviado a presidio. La joven dio a luz un niño y una niña, que fueron criados en secreto, haciéndoles creer en un padre muerto, lo que no era difícil habiendo visto, siendo de tierna edad, morir a su madre, y pensándose poco en indagar genealogías. Como nuestro abuelo era rico, nuestra niñez fue muy venturosa; mi hermana y yo nos educamos juntos, nos amábamos como sólo se aman dos gemelos que no conocen otros amores. Muy joven fui a estudiar en el colegio de los jesuitas, y mi hermana, para no separarnos del todo, pasó a la pensión de la Concordia. Concluida nuestra corta educación, porque únicamente deseábamos ser agricultores, nos retiramos al pueblo para tomar posesión de la herencia de nuestro abuelo. Vivimos algún tiempo felices, el porvenir nos sonreía, teníamos muchos criados, nuestros campos cosechaban bien y mi hermana estaba en vísperas de casarse con un joven a quien adoraba y de quien era igualmente correspondida. Por cuestiones pecuniarias, por mi carácter entonces altivo, me enajené la voluntad de un lejano pariente, y un día me echó en cara mi tenebroso nacimiento; mi infame ascendencia. Yo lo creí una calumnia y pedí satisfacción: la tumba en que dormía tanta podredumbre se volvió a abrir y la verdad salió para confundirme. Para mayor desdicha, teníamos desde hace años un criado viejo, que sufría todos mis caprichos sin dejarnos nunca, contentándose sólo con llorar y gemir entre las burlas de los otros servidores. Yo no sé cómo lo averiguó mi pariente; el caso es que citó ante la justicia a este viejo y le hizo declarar la verdad; el viejo criado era nuestro padre, que se pegaba a sus queridos hijos y a quien yo había maltratado varias veces. Nuestra dicha se desvaneció, renuncié a nuestra fortuna, mi hermana perdió su novio y con mi padre abandonamos el pueblo para ir a otro punto cualquiera. El pensamiento de haber contribuido a nuestra desgracia acortó los días del anciano, de cuyos labios supe todo el doloroso pasado. Mi hermana y yo nos quedamos solos.

“Ella lloró mucho, pero en medio de tantos dolores como sobre nosotros se amontonaron, no pudo olvidarse de su amor. Sin quejarse, sin decir una palabra, vio casarse con otra a su antiguo novio y yo la vi poco a poco enfermarse sin poderla consolar. Un día desapareció; en vano la busqué por todas partes, en vano pregunté por ella, hasta que seis meses después supe que por aquella época, después de una crecida del lago, se había encontrado en la playa de Calamba entre unos arrozales el cadáver de una joven, ahogada o asesinada; tenía, según dicen, un cuchillo clavado en el pecho. Las autoridades de aquel pueblo hicieron publicar el hecho en los pueblos vecinos; nadie se presentó a reclamar el cadáver, ninguna joven había desaparecido. Por las señales que me dieron después, por el traje, las alhajas, la hermosura de su rostro y su abundantísima cabellera, reconocí en aquella a mi pobre hermana. Desde entonces, vago de provincia en provincia; mi fama y mis historias andan en boca de muchos, se me atribuyen hechos, a veces se me calumnia, pero hago poco caso de los hombres y continúo mi camino. He aquí en breve relatada mi historia y la historia de uno de los juicios de los hombres.”

Elías se cayó y continuó remando.

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haláng ang bituka