Capítulo 46: La Gallera - Page 4 of 8

- No os entrometáis en nuestra historia –interrumpió Társilo, el mayor-; eso trae desgracia. ¡Si no tuviéramos una hermana, ya haría tiempo que estaríamos ahorcados!.

- ¿Ahorcados?. Sólo ahorcan al cobarde, al que no tiene dinero ni protección. Y de todos modos el monte está cerca.

- ¡Ciento contra veinte, voy al blanco! –gritó uno al pasar.

- Prestadme cuatro pesos... tres... dos –suplicó el más joven-; luego le devolveremos el doble; la soltada va a empezar.

Lucas rascóse de nuevo la cabeza.

- ¡Tst!. Este dinero no es mío, me lo ha dado D. Crisóstomo para los que le quieran servir. Pero veo que no sois como vuestro padre; aquél sí que era valiente, el que no lo es, que no busque diversiones.

Y se alejó de ellos aunque no mucho.

- Aceptemos ya, ¿qué más da? –dijo Bruno-. Tanto vale ser ahorcado que morir fusilado: los pobres no servimos para otra cosa.

- Tienes razón, pero piensa en nuestra hermana.

Entretanto el redondel se ha despejado, va a comenzar la lid. Las voces empiezan a callarse, y los dos soltadores y el perito atador de navajas se quedan en medio. A una señal del sentenciador, aquél desnuda los aceros, y brillan las finas hojas, amenazadoras, relucientes.

Los dos hermanos se acercan tristes y silenciosos al cerco y observan, apoyando la frente contra la caña. Un hombre se acerca y les dice al oído:

- ¡Pare! [6] ¡ciento contra diez, yo voy por el blanco!.

Társilo le mira con aire tonto. Bruno le da un codazo al que responde con un gruñido.

Los soltadores tienen los gallos con delicadeza magistral, cuidando de no herirse. Reina un silencio solemne: creeríase que los presentes, menos los dos soltadores, eran horribles muñecos de cera. Acercan un gallo al otro, sujetándole la cabeza a uno para ser picoteado y se irrite, y viceversa: en todo duelo debe haber igualdad, lo mismo entre gallos parisienses que entre gallos filipinos. Después les hacen verse cara a cara, los acercan, con lo que los pobres animalitos saben quién les ha arrancado una plumita y con quién deben luchar. Erízase el plumaje del cuello, se miran con fijeza, y rayos de ira se escapan de sus redonditos ojitos. Entonces ha llegado el momento: los depositan en tierra a cierta distancia y les dejan el campo libre.

[6] Contracción de 'compadre,' manera común de llamarse entre hombres conocidos.

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anák sa labás