Capítulo 44: Exámen De Conciencia - Page 4 of 5

María Clara miraba vagamente al espacio. Terminado el primer mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas, obsérvala tía Isabel por encima de los anteojos y se queda satisfecha de su aire meditabundo y triste. Tose piadosamente y, después de una larga pausa, comienza el segundo Mandamiento. La buena anciana lee con unción y, terminadas las consideraciones, mira otra vez a su sobrina, que vuelve lentamente la cabeza a otro lado.

- ¡Bah! –dijo para sí tía Isabel- ¡en esto de jurar su santo nombre, la pobrecita no tendrá nada que ver!. Pasemos al tercero.

Y el tercer Mandamiento fue desmenuzado y comentado, y leídos todos los casos en que se peca contra él, vuelve a mirar hacia la cama; pero ahora la tía levanta las gafas, y se restrega los ojos: ha visto a su sobrina llevarse el pañuelo a la cara como para enjugar lágrimas.

- ¡Hm! –dice-, ¡ejem!. La pobre se durmió durante el sermón.

Y volviendo a colocar los anteojos sobre la punta de su nariz, se dijo:

- Vamos a ver si, así como no ha santificado las fiestas, no ha honrado padre y madre.

Y lee el cuarto Mandamiento con voz pausada y gangosa aún, creyendo dar así mayor solemnidad al acto, como había visto hacer a muchos frailes; tía Isabel no había oído jamás predicar a un cuáquero, si no se habría puesto también a temblar.

La joven, entretanto, se lleva varias veces el pañuelo a los ojos y su respiración se hace más perceptible.

- ¡Qué alma tan buena! –piensa para sí la anciana- ¡ella que es tan obediente y sumisa con todos!. Yo he tenido más pecados y nunca he podido llorar de veras.

Y comenzó el quinto Mandamiento con mayores pausas y una gangosidad más perfecta aún si cabe, con tanto entusiasmo que no oyó los ahogados sollozos de su sobrina. Sólo a una pausa que hizo, después de las consideraciones sobre el homicidio a mano armada, percibió los gemidos de la pecadora. Entonces el tono pasó de lo sublime, leyó lo que restaba del Mandamiento con acento que procuró hacer amenazador, y viendo que su sobrina seguía aún llorando:

- ¡Llora, hija, llora! –le dijo acercándose al lecho-; cuanto más llores más pronto te ha de perdonar Dios. Ten el dolor de contrición mejor que el de atrición. ¡Llora, hija mía, llora!, ¡no sabes cuánto gozo viéndote llorar!. Date también golpes de pecho, pero no muy fuertes, porque todavía estás enferma.

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kinákain ang salitâ