Capítulo 39: Doña Consolación - Page 6 of 7

El silencio continuó: el alférez respiraba con fuerza; la hembra que le observaba con ojos interrogantes, recogió el látigo y le preguntó con voz tranquila y lenta:

- ¿Qué te pasa?. ¡No me has dado siquiera las buenas noches!.

El alférez, sin contestar, llamó al asistente.

- ¡Llévate a esta mujer! –dijo-, que la Marta le dé otra camisa y la cure!. Tú le darás bien de comer, una buena cama... cuidado con que se la trate mal!. ¡Mañana se la conducirá a casa del Sr. Ibarra!.

Después cerró cuidadosamente la puerta, puso el cerrojo y se acercó a su señora.

- ¡Tú estás buscando que yo te reviente! –le dijo cerrando los puños.

- ¿Qué te pasa? –preguntó ella levantándose y retrocediendo.

- ¿Qué me pasa? –gritó con voz de trueno soltando una blasfemia, y enseñándole un papel lleno de garabatos, continuó:

- ¿No has escrito tú esta carta al Alcalde diciendo que se me paga para permitir el juego, so p...?. ¡Yo no sé cómo no te machaco!.

- ¡A ver!, ¡a ver si te atreves! –díjole ella riendo burlonamente-; ¡el que me ha de machacar ha de ser mucho más hombre que tú!.

El oyó el insulto pero vio el látigo. Cogió un plato de los que estaban sobre una mesa y se lo arrojó a la cabeza; la mujer, acostumbrada a esta luchas, se baja rápidamente y el plato se estrella contra la pared; igual suerte les cupo a una taza y a un cuchillo.

- ¡Cobarde! –le grita ella-, no te atreves a acercarte.

Y le escupe para exasperarle más. El hombre se ciega y bramando se arroja sobre ella, pero ésta, con una rapidez asombrosa, le cruza la cara a latigazos y échase a correr atropelladamente, encerrándose en su cuarto cuya puerta cierra violentamente. Rugiendo de ira y de dolor, persíguela el alférez y sólo consigue darse contra la puerta que le hace vomitar blasfemias.

- ¡Maldita sea tu descendencia, marrana!. ¡Abre, p..., p..., abre, si no te rompo la crisma! –aullaba golpeando la puerta con sus puños y pies.

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bató ang katawán