Capítulo 37: Su Excelencia - Page 5 of 7

- Señor –contesta Ibarra inclinándose-, porque no vengo directamente de España, y porque, habiéndome hablado del carácter de V.E., he creído que una carta de recomendación no sólo sería inútil, sino hasta ofensiva; los filipinos todos le estamos recomendados.

Una sonrisa se dibujó en los labios del viejo militar, que repuso lentamente como midiendo y pensando sus palabras:

- Me lisonjea que Ud. piense así, y... ¡así debía ser!. Sin embargo, joven, Ud. debe saber qué cargas pesan sobre nuestros hombros en Filipinas. Aquí, nosotros, viejos, militares, tenemos que hacerlo y serlo todo: Rey, Ministro de Estado, de Guerra, de Gobernación, de Fomento, de Gracia y Justicia, etc., y lo peor aún es que para cada cosa tenemos que consultar a la lejana Madre Patria, que aprueba o rechaza, según las circunstancias, ¡a veces a ciegas!, nuestras propuestas. Decimos los españoles: el que mucho abarca poco aprieta. Venimos además generalmente conociendo poco el país y le dejamos cuando le empezamos a conocer. Con Ud. puedo franquearme, pues sería inútil aparentar otra cosa. Así que, si en España, donde cada ramo tiene su ministro, nacido y criado en la misma localidad, donde hay Prensa y Opinión; donde la oposición franca abre los ojos al Gobierno y le ilustra, anda todo imperfecto y defectuoso, es un milagro que aquí no esté todo revuelto, careciendo de aquellas ventajas y viviendo y maquinando en las sombras una más poderosa oposición. Buena voluntad no nos falta a los gobernantes, pero nos vemos obligados de valernos de ojos y brazos ajenos, que por lo común no conocemos y que acaso, en vez de servir a su país, sólo sirven a sus propios intereses. Esto no es culpa nuestra, es de las circunstancias; los frailes nos ayudan un poco a salir del paso, pero no basta ya... Ud. me inspira interés y desearía que la imperfección de nuestro actual sistema gubernamental no le perjudique en nada... yo no puedo velar por todos, ni todos pueden acudir a mí. ¿Puedo serle a Ud. útil en algo, tiene Ud. algo que pedir?.

Ibarra reflexionó.

- Señor –contestó-, mi mayor deseo es la felicidad de mi país, felicidad que quisiera se debiese a la Madre Patria y al esfuerzo de mis conciudadanos, unidos una y otros con eternos lazos de comunes miras y comunes intereses. Lo que pido, sólo puede darlo el Gobierno después de muchos años de trabajo continuo y reformas acertadas.

S.E. le miró por algunos segundos con una mirada que Ibarra sostuvo con naturalidad.

- ¡Es Ud. el primer hombre con quien hablo de este país! –exclamó tendiéndole la mano.

- V.E. sólo ha visto a los que se arrastran en la ciudad, no ha visitado las calumniadas cabañas de nuestros pueblos: V.E. habría podido ver verdaderos hombres si para ser hombre basta tener un generoso corazón y costumbres sencillas.

El Capitán General se levantó y se puso a pasear de un lado a otro de la sala.

- Señor Ibarra –exclamó parándose de repente; el joven se levantó-; acaso dentro de un mes parta; su educación de Ud. y su modo de pensar no son para este país. Venda Ud. cuanto posee, arregle su maleta y véngase conmigo a Europa: aquel clima le sentaría mejor.

- ¡El recuerdo de la bondad de V.E. lo conservaré mientras viva –contestó Ibarra algo conmovido-, pero debo vivir en el país donde han vivido mis padres...!.

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haligi ng táhanan