Capítulo 31: El Sermón - Page 2 of 5

“Excelentísimo señor: Las grandes cosas siempre son grandes cosas aun al lado de las pequeñas, y las pequeñas siempre son pequeñas aun al lado de las grandes. Esto dice la Historia, pero como la Historia da una en el clavo y ciento en la herradura, como cosa hecha por los hombres, y los hombres se equivocan: errarle es hominum [3] como dice Cicerón, el que tiene boca se equivoca como dicen en mi país, resulta que hay más profundas verdades que no dice la Historia. Estas verdades, Excmo. Señor, ha dicho el Espíritu divino en su suprema sabiduría que jamás comprendió la humana inteligencia desde los tiempos de Séneca y Aristóteles, esos sabios religiosos de la antigüedad, hasta nuestros pecadores días, y estas verdades son que no siempre las cosas pequeñas son pequeñas, sino son grandes, ¡no al lado de las chicas sino al lado de las más grandes de la tierra y del cielo y del aire y de las nubes y de las aguas y del espacio y de la vida y de la muerte!”.

- ¡Amén! –contestó el maestro de la V.O.T. y se santiguó.

Con esta figura de retórica, que aprendiera de un gran predicador en Manila, quería el P. Dámaso sorprender a su auditorio, y en efecto, su espíritu santo, embobado con tantas verdades, necesitó que le tocara con el pié para recordarle su misión.

- ¡Patente está a nuestros ojos! –dijo el espíritu desde abajo.

“¡Patente está a vuestros ojos la prueba concluyente y contundente de esta eterna verdad filosófica!. Patente está ese sol de virtudes, y digo sol y no luna, porque no hay gran mérito en que la luna brille durante la noche: en tierra de ciegos el tuerto es rey; por la noche puede brillar una luz, una estrellita: el mayor mérito es poder brillar aún en medio del día como lo hace el sol: ¡brilla el hermano Diego aun en medio de los más grandes santos!. Ahí tenéis patente a vuestros ojos, a vuestra impía incredulidad la obra maestra del Altísimo para confundir a los grandes de la tierra, sí, hermanos míos, ¡patente a todos, patente!”.

Un hombre se levantó pálido y tembloroso y se escondió en un confesionario. Era un vendedor de alcoholes que dormitaba y soñó que los carabineros le pedían la patente que no tenía. Asegúrase que no volvió de su escondite mientras duró el sermón.

“¡Humilde y recogido santo, tu cruz de palo” (la que tenía la imagen era de plata), “tu modesto hábito honran al gran Francisco de quien somos los hijos e imitadores!. ¡Nosotros propagamos tu santa raza en todo el mundo, en todos los rincones, en las ciudades, en los pueblos sin distinguir al blanco del negro” (el Alcalde contiene la respiración) “sufriendo abstinencias y martirios, tu santa raza de fe y de religión armada” (¡Ah! respira el Alcalde) “que sostiene al mundo en equilibrio y le impide que caiga en el abismo de la perdición”.

Los oyentes, hasta el mismo Capitán Tiago, bostezaban poco a poco. María Clara no atendía al sermón; sabía que Ibarra estaba cerca y pensaba en él mientras miraba abanicándose el toro de uno de los evangelistas que tenía todas las trazas de un pequeño carabao.

“Todos debíamos saber de memoria las Santas Escrituras, la vida de los santos y así no tendría yo que predicaros, pecadores; debíais saber cosas tan importantes y necesarias como el Padrenuestro, por más que muchos de vosotros lo habéis olvidado ya viviendo como los protestantes o herejes que no respetan a los ministros de Dios, como los chinos, pero os vais a condenar, peor para vosotros, ¡condenados!.

- ¡Abá cosa ese pale Lámaso, ése! [4] –murmuró el chino Carlos mirando con ira al predicador que seguía improvisando, desencadenando una serie de apóstrofes e imprecaciones.

“¡Moriréis en la impenitencia final, raza de herejes!. ¡Dios os castiga ya desde esta tierra con cárceles y prisiones!. ¡Las familias, las mujeres debían huir de vosotros, los gobernantes os deberían ahorcar a todos para que no se extienda la semilla de Satanás en la viña del Señor!... Jesucristo dijo: Si tenéis un miembro malo que os induce al pecado, cortadlo, ¡arrojadlo al fuego...!”.

Fr. Dámaso estaba nervioso, había olvidado su sermón y su retórica.

- ¿Oyes? –preguntó un joven estudiante de Manila a su compañero-: ¿te lo cortas?.

- ¡Ca! ¡que lo haga él antes! –contestó el otro señalando al predicador.

[3] En latín, de hombres es errar. En el manuscrito aparece como 'errarle es hominum,' un error, lo correcto es 'errare.." O una errata de Rizal o quizás un matiz para delinear la ignorancia o lengua dura del predicador.

[4] 'Pero qué cosas dice ese Padre dámaso,' como pudiera decirlo un chino que supiera poco castellano. Rizal se acerca aquí al chascarrillo étnico.

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parang ipis