Capítulo 27: Al Anochecer - Page 5 of 5

Al sentir su contacto, el lazarino soltó un grito y se levantó de un salto. Pero la loca se agarró de su brazo, con gran horror de la gente y decía:

- ¡Recemos, recemos!. ¡Hoy es el día de los muertos!. ¡Esas luces son las vidas de los hombres!, ¡recemos por mis hijos!.

- ¡Separadla, separadlos!, ¡que se va a contagiar la loca! –gritaba la multitud; pero nadie se atrevía a acercarse.

- ¿Ves aquella luz en la torre?. ¡Aquélla es mi hijo Basilio que baja por una cuerda!. ¿Ves aquélla allá en el convento?. Aquélla es mi hijo Crispín, pero yo no voy a verlos porque el cura está enfermo y tiene muchas onzas y las onzas se pierden. ¡Recemos, recemos por el alma del cura!. Yo le llevaba amargoso y zarzalidas; mi jardín estaba lleno de flores, y tenía dos hijos. ¡Yo tenía jardín, cuidaba flores y tenía dos hijos!.

Y soltando al lazarillo se alejó cantando:

- ¡Yo tenía jardín y flores, yo tenía dos hijos, jardín y flores!.

- ¿Qué has podido hacer por esa pobre mujer? –preguntó María Clara a Ibarra.

- ¡Nada; estos días había desaparecido del pueblo y no se la podía encontrar!. –contestó medio confuso el joven-. He estado además muy ocupado, pero no te aflijas; el cura prometió ayudarme, recomendándome mucho tacto y sigilo, pues parece que se trata de la Guardia Civil. ¡El cura se interesa mucho por ella!.

- ¿No decía el alférez que haría buscar a los niños?.

- ¡Sí, pero entonces estaba un poco... bebido!.

Apenas acababa de decir esto cuando vieron a la loca, arrastrada más bien que conducida por un soldado: Sisa oponía resistencia.

- ¿Por qué la prendéis?. ¿Qué ha hecho? –preguntó Ibarra.

- ¿Qué?. ¿No habéis visto cómo ha alborotado? –contestó el custodio de la pública tranquilidad.

El lazarino recogió precipitadamente su cesto y se alejó. María Clara quiso retirarse pues había perdido la alegría y el buen humor.

- ¡También hay gentes que no son felices! –murmuraba.

Al llegar a la puerta de su casa, sintió aumentarse su tristeza al ver que su novio se negaba a subir y se despedía:

- ¡Es necesario! –decía el joven.

María Clara subió las escaleras pensando en lo aburrido que son los días de fiesta cuando vienen las visitas de los forasteros.

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harì ng yaman