Capítulo 26: La Víspera De La Fiesta

ESTAMOS A DIEZ DE NOVIEMBRE, la víspera de la fiesta.

Saliendo de la monotonía habitual, el pueblo se entrega a una actividad incomparable en la casa, en la calle, en la iglesia, en la gallera y en el campo: las ventanas se cubren de banderas y damascos de varios colores; el espacio se llena de detonaciones y música; el aire se impregna y satura de regocijos.

Diferentes confituras de frutas del país en dulceras de cristal de alegres colores va ordenando la dalaga [1] en una mesita, que cubre blanco mantel bordado. En el patio pían los pollos, cacarean gallinas, gruñen cerdos, espantados ante las alegrías de los hombres. Los criados suben y bajan llevando doradas vajillas, cubiertos de plata: aquí se riñe porque se rompe el plato, allá se ríen de la simple campesina: en todas partes se manda, se cuchichea, se grita se hacen comentarios, ruido y bullicio. Y todo este afán y toda esta fatiga es por el huésped conocido o desconocido; es para agasajar a cualquier persona que quizás no se haya visto jamás, ni se dejará ya más ver después; para que el forastero, el extranjero, el amigo, el enemigo, el filipino, el español, el pobre, el rico salgan contentos y satisfechos: ¡no se les pide siquiera gratitud ni se espera de ellos que no dañen a la hospitalaria familia durante o después de la digestión!. Los ricos, los que han estado alguna vez en Manila y han visto algo más que los otros, han comprado cerveza, champagne, licores, vinos y comestibles, de lo que apenas probará un bocado o beberá un trago. Su mesa está aparejada gallardamente.

En medio está una gran piña artificial, muy bien imitada, en que clavan palillos para dientes, primorosamente cortados por los presidiarios en sus horas de descanso. Ya figuran un abanico, ya un ramillete de flores, un ave, una rosa, una palma o unas cadenas, todo tallado en una sola pieza de madera: el artista es un forzado, el instrumento un mal cuchillo y la inspiración la voz del bastonero. A los lados de esta piña, que llaman palillera, levántase sobre fruteros de cristal pirámides de naranjas, lanzones, ates, chicos y aún mangas a pesar de ser noviembre. Después, en anchos platones, sobre papeles calados y pintados con brillantes colores, se presentan jamones de Europa, de China, un pastel grande en forma de Agnus Dei o de paloma, el Espíritu Santo tal vez, pavos rellenos, etc., y entre éstos los aperitivos frascos de acharas [2] con caprichosos dibujos, hechos de la flor de bonga y otras legumbres y frutas, cortadas artísticamente y pegadas con almíbar a las paredes de los garrafones.

Límpianse los globos de vidrio que han venido heredándose de padres a hijos; se hacen brillar los aros de cobre; se desnudan las lámparas de petróleo de sus fundas rojas, que las libran de moscas y mosquitos durante el año y las hacen inútiles; las almendras y colgantes de cristal de formas prismáticas bambolean, chocan armoniosamente, cantan, parece que toman parte de la fiesta y se alegran y componen la luz reflejando sobre la blanca pared los colores del arco iris. Los niños juegan, se divierten, persiguen los colores, tropiezan, rompen tubos, pero esto no impide que continúe la alegría de la fiesta: en otra época del año lo contarían de diferente manera las lágrimas de sus redondos ojos.

Al igual de estas veneradas lámparas, salen también de sus escondites las labores de la joven: velos hechos al crochet, alfombritas, flores artificiales; aparecen antiguas bandejas de cristal, cuyo fondo figura un lago en miniatura con pececitos, caimanes, moluscos, algas, corales y rocas de vidrio de brillantes colores. Estas bandejas se cubren de puros, cigarrillos y diminutos buyos, torcidos por los delicados dedos de las solteras. El suelo de la casa brilla como un espejo; cortinas de piña o jusi [3] adornan las puertas; de las ventanas cuelgan faroles de cristal o de papel rosa, azul, verde o rojo: la casa se llena de flores y tiestos colocados sobre pedestales de loza de China; hasta los santos se engalanan, las imágenes y las reliquias se ponen de fiesta, se les sacude el polvo, se limpian los cristales y cuelgan de sus marcos ramilletes de flores.

En las calles, de trecho en trecho, se levantan caprichosos arcos, de caña labrada de mil maneras, llamados sinkában, rodeados de katuskús [4] cuya sola vista alegra ya el corazón de los muchachos. Alrededor del patio de la iglesia está el grande y costoso entoldado, sostenido por troncos de caña, para que pase la procesión. Debajo de éste juegan los chicos, corren, trepan, saltan y rompen las nuevas camisas que debían lucir el día de la fiesta.

[1] Dalaga es tagalog por mujer moza, jóven núbil.

[2] Atchara es una conserva agridulce de frutas. La más común se hace macerando en vinagre papaya semi-verde cortada en juliana, una pequeña cantidad de ajos, gengibre fresco, pasas y rajitas de pimiento rojo, una versión menos elaborada que la que describe Rizal.

[3] En Filipinas se tejen telas muy delicadas a partir de fibra de la hoja carnosa de la piña tropical y de una seda local, jusi, palabra derivada del chino que significa seda cruda. Los tejedores chinos se dieron cuenta pronto de que la fibra de la hoja de plátano tenía las mismas propiedades que el jusi y desde entonces el jusi se hace con hoja de plátano. Pueden combinarse la piña con el jusi consiguiéndose telas delicadas de gran calidad. Piña y jusi son tejidos casi del todo transparentes, a veces con irisaciones, sobre los que se hacen a menudo primorosos trabajos de bordado. Además de las cortinas que menciona Rizal, de estos tejidos se hacen también el famoso 'barong' (camisa tropical de uso formal), chales, trajes de noche, etc.

[4] No hay fiesta en Filipinas sin estos arcos de caña de bambú de entre tres y cuatro metros de altura. A la caña recién cortada se le levanta la corteza en tiras verdes que se entretejen formando motivos caprichosos.

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