Capítulo 25: En Casa Del Filósofo - Page 3 of 6

- La mujer del alférez, a quien Ud. no invitó a la fiesta. Ayer mañana se divulgó por el pueblo lo sucedido con el caimán. La Musa de la Guardia Civil tiene tanta penetración como malignidad, y supuso que el piloto debía ser el temerario que arrojó a su marido al charco y apaleó al P. Dámaso; y como ella lee los partes que debe escribir su marido, apenas hubo llegado éste a su casa borracho y sin juicio, despachó para vengarse de Ud., al sargento con los soldados a fin de que turbaran la alegría de la fiesta. ¡Tenga Ud. cuidado!. ¡Eva era una buena mujer, salida de las manos de Dios...!. ¡Dª. Consolación dicen que es mala y no se sabe en qué manos vino!. La mujer, para poder ser buena, necesita haber sido siquiera una vez doncella o madre.

Ibarra se sonrió ligeramente y repuso sacando de su cartera algunos papeles:

- Mi difunto padre solía consultar a Ud. en algunas cosas y recuerdo que sólo ha tenido que felicitarse de haber seguido sus consejos. Tengo entre manos una pequeña empresa cuyo buen éxito necesito asegurar.

E Ibarra le refirió brevemente el proyecto de la escuela que había ofrecido a su novia, desarrollando a la vista del estupefacto filósofo los planos que le llegaron de Manila.

- Yo quisiera que Ud. me aconsejase qué personas debo ganarme primero en el pueblo para el mejor éxito de la obra. Ud. conoce bien a los habitantes; yo acabo de llegar y soy casi extranjero en mi país.

El viejo Tasio examinaba con ojos humedecidos por las lágrimas los planos que tenía delante.

- ¡Lo que Ud. va a realizar era mi sueño, el sueño de un pobre loco! –exclamó conmovido-, y ahora, lo primero que le aconsejo es no venir a consultarme jamás.

El joven lo miró sorprendido.

- Porque las personas sensatas –continuó con amarga ironía- le tomarían a Ud. por loco también. La gente cree locos a los que no piensan como ellos, por eso me tienen por tal, y lo agradezco, porque ¡ay de mí! el día que quieran devolverme el juicio, ese día me privarían de la pequeña libertad que me he comprado a costa de mi reputación de ser razonable. Y ¿quién sabe si tienen razón?. No pienso ni vivo según sus leyes; mis principios, mis ideales son otros. Fama de cuerdo goza entre ellos el gobernadorcillo porque, no habiendo aprendido más que a servir el chocolate y sufrir el mal genio del P. Dámaso, ahora es rico, turba los pequeños destinos de sus conciudadanos y a veces hasta habla de justicia. “¡Ese es el hombre de talento!” –piensa el vulgo-; “ved, ¡con nada se ha hecho grande!”. Pero yo, yo he heredado fortuna, consideración, he estudiado y ahora soy pobre, no me han confiado ni el más ridículo cargo y todos dicen: “¡Ese es un loco, ése no entiende la vida!”. El cura me llama filósofo por mote, y da a entender que soy un charlatán que hace gala de lo que aprendió en las aulas universitarias, cuando es precisamente lo que menos me sirve. Acaso sea yo verdaderamente el loco y ellos los cuerdos, ¿quién lo podrá decir?.

Y el viejo sacudió su cabeza como para alejar un pensamiento y continuó:

- Lo segundo que le puedo aconsejar es consultar al cura, al gobernadorcillo, a todas las personas de posición: ellos le darán a V. malos, torpes e inútiles consejos, pero consultar no quiere decir obedecer, aparente seguirlos siempre que le es posible y haga constar que obra según ellos.

Ibarra estuvo un momento reflexionando y después repuso:

- El consejo es bueno pero difícil de seguir. ¿No podría yo llevar adelante mi idea sin que sobre ella se refleje una sombra?. ¿No podría lo bueno hacerse paso a través de todo, puesto que la verdad no necesita pedir prestado vestidos al error?.

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karugtóng ng buhay