Capítulo 24: En El Bosque - Page 8 of 9

Después del regalo que había hecho a su prometida, Ibarra estuvo tan contento que empezó a jugar sin reflexionar ni entretenerse examinando con cuidado el estado de las piezas.

De esto resultó que, aunque Capitán Basilio defendía ya sólo a duras penas, la partida llegó a igualarse gracias a muchas faltas que el joven cometió después.

- ¡Sobreseemos, sobreseemos! –decía Capitán Basilio alegremente.

- ¡Sobreseemos! –repitió el joven-, sea cualquiera el fallo que los jueces hayan podido dar.

Ambos se dieron la mano que se estrecharon con efusión.

Mientras los presentes celebraban este acontecimiento que daba fin a un pleito que tenía a ambas partes ya fastidiadas, la repentina llegada de cuatro guardias civiles y un sargento, armados todos y con la bayoneta calada, turbó la alegría e introdujo el espanto en el círculo de las mujeres.

- ¡Quieto todo el mundo! –gritó el sargento-. ¡Un tiro al que se mueva!.

A pesar de esta brutal fanfarronada, Ibarra se levantó y se le acercó.

- ¿Qué quiere Ud.? –preguntó.

- Que nos entregue ahora mismo un criminal llamado Elías, que les servía de piloto esta mañana –contestó con tono de amenaza.

- ¿Un criminal?. ¿El piloto?. ¡Debe Ud. estar equivocado! –repuso Ibarra.

- No señor: ese Elías viene nuevamente acusado de haber puesto la mano en un sacerdote...

- ¡Ah!, ¿y es ése el piloto?.

- El mismo según se nos dice: Ud. admite en sus fiestas a gente de mala fama, Sr. Ibarra.

Este le miró de pies a cabeza y le contestó con soberano desprecio:

- ¡No tengo que darle a Ud. cuenta de mis acciones!. En nuestras fiestas todo el mundo es bien recibido, y Ud. mismo que hubiera venido, habría encontrado un sitio en la mesa, como su alférez, que hace dos horas estaba entre nosotros.

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magdádalá ng bigát