Capítulo 24: En El Bosque - Page 5 of 9

- Vamos, veo que Ud. ni coge a los criminales ni sabe lo que hacen los de su casa y quiere meterse a predicador y enseñar a los otros su deber. Ud. debe saber el refrán de “Más sabe loco en su casa...”.

- ¡Señores! –interrumpió Crisóstomo viendo que el alférez se ponía pálido-; a propósito de esto quisiera saber qué dicen Uds. de un proyecto mío. Pienso confiar esa loca a los cuidados de un buen médico, y en el entretanto con el auxilio y los consejos de Uds. buscar a sus hijos.

La vuelta de los criados que no habían podido encontrar a la loca acabó de pacificar a los dos enemigos llevando la conversación a otro asunto.

Terminada la comida y mientras se servía el té y el café distribuyéronse jóvenes y viejos en varios grupos. Unos cogieron los tableros, otros los naipes, pero las jovencitas, curiosas de saber el porvenir, prefirieron hacer preguntas a la Rueda de la Fortuna.

- ¡Venga Ud., señor Ibarra! –gritaba Capitán Basilio que estaba un poco alegre-. Tenemos un pleito de hace quince años y no hay juez en la Audiencia que lo falle: ¿vamos a ver si lo terminamos en el tablero?.

- ¡Al instante y con mucho gusto! –contestó el joven-. ¡Un momento que el alférez se despide!.

Al saberse esta partida todos los viejos que comprendían el ajedrez se reunieron en torno del tablero: la partida era interesante y atraía hasta a los profanos. Las viejas, sin embargo, rodearon al cura para conversar con él sobre asuntos espirituales, pero Fr. Salví no juzgaría apropiado el sitio ni la ocasión, pues daba vagas contestaciones y sus miradas, tristes y algo irritadas, se fijaban en todas partes menos en sus interlocutoras.

Comenzó la partida con mucha solemnidad.

- ¡Si el juego sale tablas, sobreseemos, se entiende! –decía Ibarra.

A la mitad del juego, Ibarra recibió un parte telegráfico que le hizo brillar los ojos y ponerse pálido. Intacto lo guardó en su cartera, no sin dirigir una mirada al grupo de la juventud, que continuaba entre risas y gritos preguntando al Destino.

- ¡Jaque al Rey! –dijo el joven.

Capitán Basilio no tuvo más remedio que esconderle detrás de la Reina.

- ¡Jaque a la Reina! –volvió a decir amenazándola con su torre, que resultaba defendida por un peón.

No pudiendo cubrir a la Reina ni retirarla a causa del Rey que estaba detrás, Capitán Basilio pidió tiempo para reflexionar.

- ¡Con mucho gusto! –contestó Ibarra-: tenía precisamente algo que decir ahora mismo a algunos en aquella reunión.

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utos-harì