Capítulo 24: En El Bosque - Page 4 of 9

Mordióse el militar los labios y balbuceó una tonta excusa. En esto, apareció una mujer pálida, flaca, vestida miserablemente; nadie la había visto venir pues iba silenciosa y hacía tan poco ruido que de noche se la habría tomado por un fantasma.

- ¡Dad de comer a esa pobre mujer! –decían las viejas- ¡oy!, ¡venid aquí!.

Pero ella continuó su camino y se acercó a la mesa donde el cura, éste volvió la cara, la reconoció y se le cayó el cuchillo de la mano.

- ¡Dad de comer a esta mujer! –ordenó Ibarra.

- ¡La noche es oscura y desaparecen los niños! –murmuraba la mendiga.

Pero a la vista del alférez que le dirigió la palabra, la mujer se espantó y echó a correr desapareciendo por entre los árboles.

- ¿Quién es ésa? –preguntó.

- ¡Una infeliz que han vuelto loca a fuerza de sustos y dolores! –contestó D. Filipo-; hace cuatro días que está así.

- ¿Es acaso una tal Sisa? –preguntó con interés Ibarra.

- La han preso sus soldados de Ud. –continuó con cierta amargura el teniente mayor-: la han conducido por todo el pueblo por no sé qué cosas de sus hijos que... no se han podido aclarar.

- ¿Cómo? –preguntó el alférez volviéndose al cura-: ¿es acaso la madre de sus dos sacristanes?.

El cura afirmó con la cabeza.

- ¡Qué han desaparecido sin averiguarse nada de ellos! –añadió severamente D. Filipo mirando al gobernadorcillo que bajó los ojos.

- ¡Buscad a esa mujer! –mandó Crisóstomo a los criados-. He prometido trabajar para averiguar el paradero de sus hijos...

- ¿Han desaparecido dicen Uds.? –preguntó el alférez-. ¿Sus sacristanes han desaparecido, Padre Cura?.

Este apuró el vaso de vino que tenía delante e hizo señas con la cabeza.

- ¡Caramba Padre Cura! –exclama el alférez con risa burlona y alegre con el pensamiento de una revancha-; desaparecen algunos pesos de V.R. y se despierta a mi sargento muy temprano para que los haga buscar; desaparecen dos sacristanes, y V.R. no dice nada, y Ud., señor capitán... verdad es también que Ud....

Y no concluyó su frase sino que se echó a reír hundiendo su cuchara en la roja carne de una papaya silvestre. El cura, confuso y perdiendo la cabeza, contestó:

- Es que yo tengo que responder del dinero....

- ¡Buena respuesta, reverendo pastor de almas! –interrumpió el alférez con la boca llena-. ¡Buena respuesta, santo varón!

Ibarra quiso intervenir, pero el P. Salví, haciendo un esfuerzo sobre sí mismo, repuso con sonrisa forzada:

- Y ¿sabe Ud., señor alférez, qué se dice de la desaparición de esos chicos?. ¿No?. ¡Pues pregúntelo Ud. a sus soldados!.

- ¿Cómo? –exclama aquél perdiendo la alegría.

- ¡Dícese que en la noche de la desaparición han sonado varios tiros!.

- ¿Varios tiros? –repitió el alférez mirando a los presentes.

Estos hicieron un movimiento de cabeza afirmativo. El P. Salví repuso entonces lentamente y con cruel burla:

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halagáng kambíng