Capítulo 13: Presagios De Tempestad - Page 2 of 3
- ¡Adelfa, sampagas, y pensamientos!, ¡eso es! –añadió el criado lleno de alegría y le ofreció un tabaco.
- Decidnos cuál es la fosa y dónde está la cruz.
El sepulturero se rascó la oreja y contestó bostezando.
- Pues la cruz... ¡ya la he quemado!.
- ¿Quemado?, y ¿por qué la habéis quemado?.
- Porque así lo mandó el cura grande.
- ¿Quién es el cura grande? –preguntó Ibarra.
- ¿Quién?. El que paga, el Padre Garrote.
Ibarra se pasó la mano por la frente.
- Pero ¿a lo menos podéis decirnos dónde está la fosa?, la debéis recordar.
El sepulturero se sonrió.
- ¡El muerto ya no está allí! –repuso tranquilamente.
- ¿Qué decís?.
- ¡Ya! –añadió el hombre en tono de broma-, en su lugar enterré hace una semana una mujer.
- ¿Estáis loco? –le preguntó el criado-, si todavía no hace un año que le hemos enterrado.
- ¡Pues eso es!, hace ya muchos meses que la desenterré. El cura grande me lo mandó, para llevarlo al cementerio de los chinos. Pero como era pesado y aquella noche llovía...
El hombre no pudo seguir; retrocedió espantado al ver la actitud de Crisóstomo, que se abalanzó sobre él cogiéndole del brazo y sacudiéndole.
- Y ¿lo has hecho? –preguntó el joven con acento indescriptible.
- No os enfadáis, señor –contestó palideciendo y temblando-, no le enterré entre los chinos. ¡Más vale ahogarse que estar entre los chinos, dije para mí, y arrojé el muerto al agua!.
Ibarra le puso ambos puños sobre los hombros y le miró largo tiempo con una expresión que no se puede definir.
- ¡Tú no eres más que un desgraciado! –dijo, y salió precipitadamente, pisoteando huesos, fosas, cruces como un enajenado.
El sepulturero se palpaba el brazo y murmuraba: