Capítulo 35: La Fiesta - Page 5 of 8

En aquel momento bajaba Simoun ligeramente pálido. Elportero dejó á Basilio para saludar al joyero como si pasaseun santo. Basilio comprendió en la espresion de la cara quedejaba para siempre la casa fatal y que la lámpara ya estabaencendida. Alea jacta est. Presa del instinto de conservacion,pensó entonces en salvarse. Podía ocurrírsele á cualquiera porcuriosidad mover el aparato, sacar la media y entonces, esta-llaría y todo sería sepultado. Todavía oyó á Simoun que decíaal cochero :

—;Escolta, pica!

Azorado y temiendo oir de un momento á otro la terribleesplosion, Basilio se dió toda la prisa que podía para alejarsedel maldito sitio: sus piernas le parecían que no tenían laagilidad necesaria, sus piés resbalaban contra la acera como sianduviesen y no se moviesen, la gente que encontraba le ce-rraba el camino y antes de dar veinte pasos creía que habíanpasado lo menos cinco minutos. A cierta distancia tropezócon un joven que de pié, con la cabeza levantada, miraba fija-mente hácia la casa. Basilio reconoció á Isagani.

—¿Qué haces aquí? preguntóle. ¡Ven!

Isagani le miró vagamente, se sonrió con tristeza y volvió ámirar hácia los balcones abiertos, al través de los cuales seveía la vaporosa silueta de la novia, cogida del brazo del novio,alejándose lánguidamente.

— Ven, Isagani! Alejémonos de esa casa, ven! decía en vozronca Basilio cogiéndole del. brazo.

Isagani le apartaba dulcemente y seguía mirando con lamisma dolorosa sonrisa en los labios !

—¡Por Dios, alejémonos!

—¿Por qué alejarme? Mañana ya no será ella!

Había tanto dolor en aquellas palabras que Basilio se olvidópor un segundo de su terror.

—¿Quieres morir? preguntó.

Isagani se encogió de hombros y siguió mirando.

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lumílipád ang saya