Capítulo 35: La Fiesta - Page 2 of 8

Y don Timoteo se juraba cobrar al día siguiente todos losvales que del crítico tenía en su almacen.

Se oyeron pitadas, galopar de caballos, al fin!

— ¡El General ! — El Capitan General !

Pálido de emocion, se levantó don Timoteo disimulando elel dolor de sus callos, y acompañado de su hijo y de algunosdioses mayores, bajó á recibir al Magnum y oven:. Se le fué eldolor de cintura ante las dudas que en el momento le asaltaron:¿debía modelar una sonrisa ó afectar gravedad? debía alargar lamano ó esperar á que el General le ofrezca la suya? Carambas !cómo no se le había ocurrido nada del asunto para consultarcon su gran amigo Simoun? Para ocultar su emocion preguntóen voz baja, muy quebrada á su hijo :

— ¿Has preparado algun discurso?

— Ya no se estilan discursos, papá, y con éste menos !

Llegó Júpiter en compañía de Juno, convertida en un castillode fuegos artificiales: brillantes en el tocado, brillantes alcuello, en los brazos, en los hombros, en todas partes ! Lucíaun magnífico traje de seda, con larga cola, bordada de flores derealce.

S. E. tomó realmente posesion de la casa, como se lo suplicóbalbuceando don Timoteo. La orquesta tocó la marcha real, yla divina pareja subió majestuosamente la alfombrada escalera.

La gravedad de S. E. no era afectada; acaso por primeravez, desde que llegó á las Islas, se sentía triste; algo de melan-colía velaba sus pensamientos. Aquel era el último triunfo de sus tres años de soberano, y dentro de dos dias, para siempreiba descender de tan elevada altura. ¿Qué dejaba detrás de sí?S. E. no volvía la cabeza y prefería mirar hácia delante, hácia elporvenir ! Se llevaba una fortuna consigo, grandes cantidadesdepositadas en los Bancos de Europa le esperaban, teníahoteles, pero había lastimado á muchos, tenía muchos ene-migos en la Corte, el alto empleado le esperaba allá! Otrosgenerales se enriquecieron como él rápidamente, y ahora esta-ban arruinados. ¿Por qué no se quedaba más tiempo como selo aconsejaba Simoun? No, la delicadeza ante todo. Los salu-dos, ademas, no eran ya profundos como antes; notaba miradasinsistentes, y hasta displicencia; y él contestaba con afabilidady hasta ensayaba sonrisas.

-¡ Se conoce que el sol está en su ocaso! observó el P. Ireneal oido de Ben Zayb; ¡muchos le miran ya frente á frente!

¡Carambas con el cura! precisamente iba él á decir eso.

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ibagsák ang sisi