Capítulo 35: La Fiesta

« Danzar sobre un volean.

A la siete de la noche fueron llegando los convidados :primero, !as divinidades menores, pequeños empleados, gefesde negociado, comerciantes etc, con los saludos más ceremo-niosos y los'aires más graves, al principio, como si fueran recienaprendidos: tanta luz, tanta cortina y tanto cristal imponíanalgo. Despues se familiarizaban y se daban disimulados puñe-tazos, palmaditas en el vientre y algunos hasta se administraronfamiliares pescozones. Algunos, es verdad, adoptaban ciertaactitud desdeñosa para hacer ver que estaban acostumbrados ácosas mejores, ¡vaya, si lo estaban! Diosa hubo que bostezóencontrando todo cursi y diciendo que tenía gazuza; otra queriñó con su dios, haciendo un gesto con el brazo para darle unamanotada. Don Timoteo saludaba por aquí, por allá; enviabauna sonrisita, hacía un movimiento de cintura, un retroceso,media vuelta, vuelta entera etc. tanto que otra diosa no pudomenos de decir á su vecina, al amparo del abanico:

—¡Chica, que filadelfio está el tio! Mia que paese unfantoche!

Desques, llegaron los novios, acompañados de doña Victorinay toda la comitiva. Felicitaciones, apretones de manos, palma-ditas protectoras al novio, miradas insistentes, lascivas, anató-micas para la novia, por parte de ellos; por parte de ellas,análisis del traje, del aderezo, cálculo del vigor, de la salud etc.

—¡Psiquis y Cupido presentándose en el Olimpo! pensóBen Zayb y se grabó la comparacion en la mente para soltarlaen mejor ocasion.

El novio tenía en efecto la fisonomía truhanesca del dios delamor, y con un poco de buena voluntad se podia tomar poraljaba la joroba en su máximum, que la severidad del frac nollegaba á ocultar.

Don Timoteo empezaba á sentir dolores de cintura, los callos de sus piés se irritaban poco á poco, su cuello secansaba y ¡faltaba aun el Cpn. General! Los grandes dioses,entre ellos "el P. Irene y el P. Salví, habían llegado ya, esverdad, pero aun faltaba el trueno gordo. Estaba inquieto,nervioso; su corazon latía violentamente, tenía ganas de desa-hogar una necesidad, pero había primero que saludar, sonreir,y despues iba y no podía, se sentaba, se levantaba, no oía lo quele decían, no decía lo que se le ocurría. Y mientras tanto, un diosaficionado le hacía observaciones sobre sus cromos, se loscriticaba asegurándole que manchaban las paredes.

— ¡Manchaban las paredes! repetía don Timoteo sonriendocon ganas de arañarle ; pero si están hechos en Europa y sonlos más caros que me he podido procurar en Manila! Man-chaban las paredes !

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ibaón sa limot