Capítulo 34: Las Bodas - Page 3 of 3

La gran caida, adornada toda de flores, se había convertidoen comedor : una gran mesa en medio para treinta personas, yal rededor, pegadas á las paredes, otras pequeñitas para dos ytres. Ramilletes de flores, pirámides de frutas entre cintas yluces, cubrían los centros. El cubierto del novio estaba señaladopor un ramo de rosas, el de la novia por otro de azahar y azu-cenas. Ante tanto lujo y tanta flor se imagina uno que ninfas deropaje ligero y amorcillos con alas irisadas iban á servir néctary ambrosía á huéspedes aéreos, al son de liras y eolias arpas.

Sin embargo, la mesa para los grandes dioses no estaba allí,estaba servida allá en medio de la ancha azotea, en un elegan-tísimo kiosko, construido espresamente para el acto. Unacelosía de madera dorada, por donde trepan olorosas enreda-deras, ocultaba el interior á los ojos del vulgo sin impedir lalibre circulacion del aire, para mantener la frescura necesariaen aquella estacion. Un elevado entarimado levantaba la mesasobre el nivel de las otras en que iban á comer los simples mor-tales, y una bóveda, decorada por los mejores artistas, pro-tegería los augustos cráneos de las miradas envidiosas de lasestrellas.

Allí no había más que siete cubiertos; la vagilla era deplata maciza, mantel y servilletas de finísimo lino, vinos, losmás caros y esquisitos. Don Timoteo buscó lo más raro ycostoso y no habría vacilado ante un crimen si le hubiesendicho que el Capitan General gustaba de comer carne humana.

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parang kinalahig ng manók