Capítulo 34: Las Bodas

Una vez en la calle, Basilio pensó .en qué podia ocuparsehasta que llegase la fatal hora; no eran más que las siete. Erala época de las vacaciones y todos los estudiantes estaban ensus pueblos. Isagani era el único que no quiso retirarse, perohabía desaparecido desde aquella mañana y no se sabía suparadero. Esto le habían dicho á Basilio, cuando al salir de lacarcel fué á visitar á su amigo para pedirle hospitalidad.Basilio no sabía á donde ir, no tenía dinero, no tenía nada fueradel revólver. El recuerdo de la lámpara ocupaba su imagina-cion ; dentro de dos horas tendría lugar la gran catástrofe y, alpensar en ello, le parecia que los hombres que desfilaban delantede sus ojos pasaban sin cabeza: tuvo un sentimiento de ferozalegría al decirse que, hambriento y todo, aquella noche iba él áser temible, que de pobre estudiante y criado, acaso el sol leviera terrible y siniestro, de pié sobre pirámide de cadáveres,dictando leyes á todos aquellos que pasaban delante en susmagníficos coches. Rióse como un condenado, y palpó la culatadel revólver: las cajas de cartuchos estaban en sus bolsillos.

Se le ocurrió una pregunta ¿dónde principiaría el drama? Ensu aturdimiento, no se le había ocurrido preguntarlo á Simoun,pero Simoun le había dicho que se alejase de la calle deAnloague.

Entonces tuvo una sospecha; aquella tarde, al salir de lacárcel se había dirigido á la antigua casa de Cpn. Tiago parabuscar sus pocos efectos, y la había encontrado trasformaday preparada para una fiesta; eran las bodas de Juanito Pelacz !Simoun hablaba de fiesta.

En esto vió pasar delante de sí una larga fila de coches,llenos de señores y señoras conversando con animacion; creyódistinguir dentro grandes ramilletes de flores, pero no paróatencion en ello. Los coches se dirigían hacia la calle delRosario y, por encontrarse con los que bajaban del puente deEspaña, tenían que detenerse á menudo é ir lentamente. En unovió á Juanito Pelaez al lado de una mujer, vestida de blancocon un velo transparente: en ella reconoció á Paulita Gomez.

—¡La Paulita! exclamó sorprendido.

Y viendo que en efecto era ella, en traje de novia, conJuanito Pelaez, como si viniesen de la iglesia,

—¡Pobre Isagani ! murmuró ¿qué se habrá hecho de él?

Pensó unos instantes en su amigo, alma grande, generosa, ymentalmente se preguntó si no sería bueno comunicarle elproyecto, pero mentalmente se contestó tambien que Isaganinunca querría tomar parte en semejante carnicería... A Isaganino le habían hecho lo que á él.

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mainit ang matá