Capítulo 33: La Última Razon

Al fin llegó el día.

Simoun, desde la mañana, no había salido de su casa, ocupadoen poner en orden sus armas y sus alhajas. Su fabulosa riquezaestaba ya encerrada en la gran maleta de acero con funda delona. Quedaban pocos estuches que contenían brazaletes, alfi-leres, sin duda regalos que esperaba hacer. Iba á partir al fincon el Capitan General, que de ninguna manera quiso prolongarsu mando, temeroso del qué dirán de las gentes. Los maliciososinsinuaban que Simoun no se arriesgaba á quedarse solo, que,perdido su apoyo, no quería esponerse á las venganzas detantos explotados y desgraciados, con tanto más motivo cuantoque el General que iba á venir, pasaba por ser un modelo derectitud y acaso, acaso le haga devolver cuanto había ganado.Los indios supersticiosos, en cambio, creían que Simoun erael diablo que no quería separarse de su presa. Los pesimistashacían un guiño malicioso y decían :

—Talado el campo, se va á otra parte la langosta.

Solo algunos, muy pocos, sonreían y callaban.

A la tarde, Simoun había dado orden á su criado para que si sepresentaba un joven que se llamaba Basilio, le hiciese entraren seguida. Despues encerróse en su aposento y pareció sumidoen profundas reflexiones. Desde su enfermedad, el rostro deljoyero se había vuelto más duro y más sombrío, se había pro-fundizado mucho la arruga entre ceja y ceja. Parecia algoencorvado; la cabeza ya no se mantenía erguida, se doblaba.Estaba tan absorto en su meditacion que no oyó llamar á lapuerta. Los golpes tuvieron que repetirse. Simoun se estre-meció :

—Adelante! dijo.

Era Basilio, pero, quantum mutatus! Si el cambio operadoen Simoun durante los dos meses era grande, en el jovenestudiante era espantoso. Sus mejillas estaban socavadas, desa-liñado el traje, despeinado. Había desaparecido la dulcemelancolía de sus ojos; en ellos brillaba una llama oscura;diríase que había muerto y su cadaver resuscitaba horrizadode lo que había visto en la eternidad. Si no el crimen, susiniestra sombra se estendía por toda su figura. El mismoSimoun se espantó y sintió compasion por el desgraciado.

Basilio, sin saludar, avanzó lentamente y en voz que hizoestremecerse al joyero, dijo :

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nakasandál sa padér