Capítulo 19: La Mecha - Page 3 of 7
— Primero me arrojo al mar, dijo : primero me hago tulisanque volver á la Universidad.
Y como su madre empezase con su sermon sobre la pacienciay la humildad, Plácido sin haber comido nada volvió á salir yse dirigió á los muelles donde fondean los vapores.
La vista de un vapor que levaba anclas para Hong Kong leinspiró una idea : irse á Hong Kong, escaparse, hacerse ricoallí para hacer la guerra á los frailes. La idea de Hong Kongdespertó en su mente un recuerdo, una historia de frontales,ciriales y candelabros de plata pura que la piedad de losfieles había regalado á cierta iglesia; los frailes, contaba unplatero, habían mandado hacer en Hong Kong otros frontales,ciriales y candelabros enteramente iguales, pero de plata Ruolz,con que sustituyeron los verdaderos que mandaron acuñar yconvertir en pesos mejicanos. Esta era la historia que él habíaoido y aunque no pasaba de cuento ó murmuracion, su resen-timiento lo pintaba con caracter de verdad y le recordaba otrosrasgos más por el estilo. El deseo de vivir libre y ciertos planesá medio bosquejar le hicieron decidirse por la idea de ir áHong Kong. Si allí llevaban las corporaciones todo su dinero,el comercio debe ir bien y podrá enriquecerse.
— Quiero ser libre, vivir libre!...
Sorprendióle la noche vagando por San Fernando y nodando con ningun marinero amigo decidió retirarse. Y como lanoche era hermosa y la luna brillaba en el cielo transformandola miserable ciudad en un fantástico reino de las hadas, fuéseá la feria. Allí estuvo yendo y viniendo, recorriendo tiendas sinfijarse en los objetos, con el pensamiento en Hong Kong paravivir libre, enriquecerse...
Iba ya á abandonar la feria cuando creyó distinguir al joyero Simoun despidiéndose de un estrangero y hablando ambosen inglés. Para Plácido, todo idioma hablado en Filipinas porlos europeos, que no sea español, tiene que ser inglés : ademáspescó nuestro joven la palabra Hong Kong.
Si el joyero Simoun pudiese recomendarle á aquel estrangeroque debe partir para Hong Kong!
Plácido se detuvo. Conocía al joyero por haber estado ensu pueblo vendiendo alhajas. Le había acompañado en unviaje y por cierto que Simoun se había mostrado muy amablecon él contándole la vida que se lleva en las Universidados delos paises libres : qué diferencia!
Plácido le siguió al joyero.
—Señor Simoun, señor Simoun! dijo
El joyero en aquel momento se disponía á subir en un coche.Así que conoció á Plácido, se detuvo.
—Quisiera pedirle un favor..., decirle dos palabras! dijo.