Capítulo 18: Supercherias - Page 5 of 7

La caja entonces se abrió por sí sola y á los ojos del public se presentó una cabeza de un aspecto cadavérico, rodeada deuna larga y abundante cabellera negra. La cabeza abrió lenta-mente los ojos y los paseó por todo el auditorio. Eran de unfulgor vivísimo aumentado tal vez por sus ojeras, y comoabyssus abyssum invocat, aquellos ojos se fijaron en los profun-dos y cóncavos del P. Salví' que los tenía desmesuradamenteabiertos como si viesen algun espectro. El P. Salví se puso átemblar.

— Esfinge, dijo Mr. Leeds, dile al auditorio quien eres !

Reinó un profundo silencio. Un viento frio recorrió la salaé hizo vacilar las azuladas llamas de las lámparas sepulcrales.Los más incrédulos se estremecieron.

— Yo soy Imuthis, contestó la cabeza con voz sepulcralpero estrañamente amenazadora; nací en tiempo de Amasis yfuí muerto durante la dominacion de los Persas, mientrasCambyses volvía de su desastrosa espedicion al interior de laLybia. Venia de completar mi educacion despues de largosviajes por Grecia, Asiria y Persia y me retiraba á mi patriapara vivir en ella hasta que Thot me llamase delante de suterrible tribunal. Mas por desgracia mia, al pasar por Babiloniadescubrí un terrible secreto, el secreto del falso Smerdis queusurpaba el poder, el temerario mago Gaumata que gobernabamerced á una impostura. Temiendo le descubriese á Cambyses,determinó mi perdicion valiéndose de los sacerdotes egipcios.En mi patria entonces gobernaban estos; dueños de las dos ter-ceras partes de las tierras, monopolizadores de la ciencia,sumían al pueblo en la ignorancia y en la tiranía, lo embrute-cían y- lo hacían apto para pasar sin repugnancia de una á otradominacion. Los invasores se valían de ellos y conociendo suutilidad los protegían y enriquecían, y algunos no solo depen-dieron de su voluntad sino que se redujeron á ser sus merosinstrumentos. Los sacerdotes egipcios prestáronse á ejecutarlas órdenes de Gaumata con tanto más gusto cuanto que metemían y porque no revelase al pueblo sus imposturas. Valié-ronse para sus fines de lis pasiones de un joven sacerdote deAbydos que pasaba por santo.....

Silencio augustioso siguió á estas palabras. Aquella cabezahablaba de intrigas é imposturas sacerdotales y aunque se refe-rían á otra época y otras creencias, molestaban con todo á losfrailes allí presentes, acaso porque vieran en el fondo alguna analogía con la actual situacion. El P. Salví, presa de temblorconvulsivo, agitaba los labios y seguía con ojos desencajadosla mirada de la cabeza como si le fascinase. Gotas de sudorempezaban á brotar de su descarnada frente, pero ninguno lonotaba, vivamente distraidos y emocionados corno estaban.

— Y cómo fué la trama que contra tí urdieron los sacerdotes.de tu país? preguntó Mr. Leeds.

La cabeza lanzó un gemido doloroso como salido del fondodel corazon y los espectadores vieron sus ojos, aquellos ojosde fuego, nublarse y llenarse de lágrimas. Estremeciéronse mu-chos y sintieron sus pelos erizarse. No, aquello no era ficcion,no era charlatanería; la cabeza era una víctima y lo que con-taba era su propia historia.

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patayín ang ilaw